19 de des. 2014

Imaginando Bibliotecas para Niños y Jóvenes

Grup de treball "Arquitectura, Infancia y Juventud" del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM)


Los griegos llamaban biblos al papiro egipcio comercializado por los fenicios, tomando a su vez el nombre de la ciudad comercial Biblos. El tiempo y el lenguaje transformaron el término que definía el lugar donde se guardan los papiros (“biblioteca”) en un espacio complejo, que abarca no sólo el almacenamiento y clasificación de los libros, sino el lugar en el que los leemos además de otras funciones.

Cuesta no visualizar  la imagen romántica de los paseos bajo varas de luz tamizadas por ramas y hojas de aligustres y encinas dados por Ptolomeo acompañando a su maestro Aristóteles junto con sus compañeros en Macedonia, ni dejar de asociarla a la biblioteca que años más tarde se fundaría en Alejandría. Contemplación de la naturaleza, comprensión y comunicación como epítome del saber; “entender a la brisa enredada en un álamo verde”, nos deseará más tarde José Hierro.

¿Qué placer más íntimo que el de descubrir la magia contenida en la caja de los libros - la biblioteca - por vez primera a los ojos de un niño? Si escudriñamos en nuestro recuerdo, probablemente escuchemos una voz cercana, una madre, un hermano, profesor o profesora... quien nos leía las historias que nos admiraban y provocaban que quisiéramos ser aquel valiente sastre que mataba gigantes, tener la fortuna del amigo de un gato aventurero o ser los príncipes que acababan comiendo por siempre perdices, aun sin saber exactamente a qué sabían las mismas.

Hablar de bibliotecas en la infancia me transporta, entre otros, a un arcón en el que acumulaba tesoros de diversa índole, dos o tres libros de vivos colores y lomos raídos incluidos. También al recuerdo de una alfombra confortable, en la sala que los mayores llamaban despacho. Allí, tumbado, pude descubrir con asombro ora los inventos del hombre, ora las aventuras de intrépidos descubridores ora, ya mayor, ensayos y poemas… Más adulto retornaba, cuando el tiempo y las circunstancias lo permitían, a leer tumbado bajo ramas de encina.



El que una alfombra o las mismas raíces acolchadas por césped puedan ser recordadas como lugares de lectura nos habla no tanto de la importancia del lugar como de la capacidad de nuestras mentes para embarcarse en viajes soñados antes por los autores. Quienes gustan de leer, el vagón matinal de metro les es tan bueno para ello como las salas de copistas de Alejandría. Los niños a los que los libros les roben el alma, leerán en cualquier circunstancia y lugar; sin embargo nadie ama lo que no conoce, es por ello que ese encuentro entre sueños, letras e infancia deba producirse en entornos adecuados.

¿Cómo sería la biblioteca ideal para niños y jóvenes? Podemos intuir algunas pautas. Ya en 1726 Jonathan Swift nos facilita algunas pistas en “Los viajes de Gulliver”. Todos recordamos la novela en la que el protagonista, bien en Liliput, bien en Brobdingnag, se enfrenta a mundos extraños, fuera de su escala. Lewis Carrol le hará pasar por una experiencia similar a Alicia. Así, podemos identificar la escala del espacio, sus muebles y útiles como una categoría necesaria. Lo es para los adultos, tanto más para los niños y jóvenes: mesas, sillas o estantes deben adaptarse según la edad para que ellos sientan como propio el espacio. No perdamos de vista además la importancia de la ergonomía en el crecimiento de los jóvenes, cuando es más importante adquirir hábitos saludables. Vastos lugares inasibles a la percepción no parecen tampoco adecuados para que los niños puedan mantener el control de sus acciones de forma serena.

La lectura no debe ser percibida como castigo ni aburrida… Ojo, no se trata de convertir las bibliotecas en parques de atracciones, sino de que los tránsitos entre experiencias no deben dilatarse por corredores oscuros. La luz constante, sin proyectar sombras, colores claros en los paramentos ayudan a percibir el espacio como un lugar de estancia confortable…

…la percepción del tiempo es diferente entre los niños. Mantener una atención prolongada en los más pequeños es complicado y se cansan antes. Deben poder alternar el escuchar una narración con el trabajo plástico y manual, la concentración con los juegos; se visualiza necesario poder disponer de diferentes espacios interconectados acondicionados para el silencio, para el diálogo o para el evasión. Y si fuera posible, bien en superficie, o en combinación de horario, espacios mixtos para familias: la mejor enseñanza es el ejemplo. Si los niños visualizan a sus padres leyendo, seguro que se acercan a los estantes con mayor confianza.

Me generan dudas los espacios tecnificados. El lenguaje y la comprensión lectora activan zonas cerebrales diferentes dependiendo de las acciones que se verbalizan… imaginarse los olores inherentes a un mercado persa varía con la edad y la experiencia del lector. Ver una imagen es sugerente, pero puede llegar a ser una experiencia cerrada, incapaz de evolucionar.

No es posible tampoco concentrarse en un espacio frío en invierno o caluroso en verano… qué bueno es poder regular la temperatura con un suelo radiante, ideal para nuestros protagonistas, cuyos órganos vitales permanecen a escasa distancia del solado.

Yo les rogaría que no solo hubiera sillas, también colchones amorfos, alfombras confortables, colinas mullidas… de modo que cuando se produzca el deseado encuentro entre el libro y su lector, él - o ella - pueda tumbarse y abonar su imaginación con las letras encontradas, casi como si estuviera bajo las ramas de un álamo verde…


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